De tan quieto que estaba le costaba respirar. Quizás si se quedaban muy quietos el mundo les olvidaría, el tiempo dejaría de arañar sus pies y los caminos se borrarían. Sentía cada latido apretándole el pecho como si esa víscera sangrienta y palpitante quisiera romper sus costillas y escapar de su cuerpo, dejándolo vacío y tranquilo. Boqueaba, como un pez fuera del agua que grita en silencio, pero las palabras no salían.
Pero no era cosa del mundo. Eran ellos los que tenían que olvidarse, y eso pocos saben hacerlo...
Pero no era cosa del mundo. Eran ellos los que tenían que olvidarse, y eso pocos saben hacerlo...
Cuántas veces me habré preguntao qué es lo que se desata detrás de su cara...
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