Mientras miraba esos dibujos animados, pensaba en cómo la realidad estaba hecha de capas de ficción, capas densas y oscuras donde cada uno flotaba en su imaginación, construyendo identidades como castillos de arena a la orilla de un mar profundo y negro. Últimamente tenía la sensación de que gran parte de la vida ocurría ahí, en los desvaríos de una cabeza que hacía danzar la realidad como si de un diorama se tratara. El mal actor, del que hablaba Macbeth, que se pavonea en el escenario buscando sentido al ruido y la furia. Y qué es la ficción sino un mapa en lo imaginario, una partitura, una rasgadura de posible sentido, tan aleatorio como necesario. Una barca que atraviesa el mar de lo real, que nos permite flotar en un oceano posible, vagar a la deriva en la búsqueda de una verdad. Vivir es imaginar, y creernos poco a poco el papel. Pero en el fondo, algo nos recuerda que somos actores, y que bajo todas esas capas, desde el fondo del negro mar, nos mira la nada.
Y desde la nada, esa misma en la que pensaba, le saludaba aquel caracol.
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