19 de septiembre de 2009

Oteando luces desde una mirada atrapada

Cada vez que vuelvo a Huelva me invade la misma sensación de impertenencia. Una ciudad gris, rota, asfixiante, vacía, y a la vez tan plagada de caras conocidas y rincones llenos de recuerdos y gastados de tanto mirarlos. Una ciudad en la que me siento tan familiar como extraño. Siempre que vuelvo siento ganas de irme.

Cuando vuelvo a mis orígenes me doy cuenta de lo mucho que he cambiado, de lo poco que encajo aquí. No me siento ya en casa, siento que ahora no tengo casa, sino que me tengo a mí, en una dinámica un poco incierta. Siempre tendré este sitio para volver, pero ahora lo que me apetece no es volver, sino irme, dar tumbos...

Siempre tengo esas ansias de irme, de viajar, de ver mundo, de alejarme de todo... ¿Por qué será? Lo cierto es que nunca quiero estar quieto, pero siempre me siento demasiado quieto. No quiero parar, pero siento que no me muevo.

Volé de aquí, y ahora quiero volar más alto, más lejos. Me invade el individualismo, las ansias de conocer, de madurar, de aprender, de viajar, de crecer...de ser libre. Y permito encantado la invasión...

Sólo falta la chispa adecuada. La oportunidad. O quizás el empujoncito que siempre me ha hecho falta, y que nunca he sabido suplir.



Fotografía: Flickr de Mtoro


1 comentario:

Raskolnikov dijo...

Estás hecho un crack Bruno, escribes muy bien. A mi me pasa lo mismo cuando voy a Huelva, y bueno, ya sabes, ahora ando en ese proceso de re-encuentro a uno mismo fuera. Animate a salir con una Erasmus por ejemplo ;) Un abrazo.