17 de febrero de 2011

Tormenta

El sol que anunciaba el día por la mañana tardó poco en esfumarse, oscurecido por las nubes. Pronto el viento frío recorrió las calles y sopló en los patios interiores, con ese fantasmagórico sonido tan propio de los temporales inesperados. Salí, a pesar de todo. La lluvia estallaba en mil pedazos contra el suelo, formando charcos que emborronaba con mis pasos rápidos mientras luchaba para evitar que el viento destrozara mi enclenque paraguas. Sentí el agua en las piernas al caminar, sentí el viento escupiendo pequeñas gotas en mi cara, sentí el frío en las manos desnudas. Sentí al mundo hostil en esas gotas, en ese frío, en esos charcos, en ese viento intenso. De pronto una luz nívea lo inundó todo durante una fracción de segundo, como si una inmensa fotografía fuera a congelar el mundo para siempre en ese instante eterno, muerto, intangible, inmutable. Llegó, con el habitual retraso, el estruendoso rugido del trueno. Y fue entonces, aún con el sonido disipándose, cuando comenzó a caer hielo del cielo. Perlas de hielo golpeando cada baldosa, cada rama, cada paraguas. Cada recuerdo, cada palabra, cada imagen. El mundo se derrumbaba bajo mis pasos, sobre mi cabeza. Y yo ahí, en medio del frío, de los charcos, de la lluvia, del viento, del granizo...de todo. Ahí... Quieto.

Pensándolo bien, no había día más idóneo...

8 de enero de 2011

Implacables reflexiones de un autista ficticio

Entonces pensé en que durante mucho tiempo a los científicos les había desconcertado que el cielo sea oscuro por las noches pese a haber billones de estrellas en el universo, pues hay estrellas en todas las direcciones en que uno mire, así que el cielo debería estar lleno de luz estelar porque no hay casi nada que impida que la luz llegue a la Tierra. 
Entonces descubrieron que el universo está en expansión, que las estrellas se alejan rápidamente unas de otras desde el Big Bang y que cuanto más lejos están las estrellas de nosotros más rápido se mueven, algunas de ellas casi a la velocidad de la luz, y eso explica por qué su luz nunca nos llega. 
Me gusta este dato. Es algo que podemos comprender al mirar el cielo por la noche, pensando, sin tener que preguntárselo a nadie. 
Cuando el universo haya acabado de explotar, las estrellas disminuirán su velocidad, como una pelota lanzada al aire, hasta detenerse y volver a caer hacia el centro del universo. Entonces nada nos impedirá ver todas las estrellas del mundo porque todas vendrán hacia nosotros, cada vez más rápido, y sabremos que pronto llegará el fin del mundo porque al alzar la mirada hacia el cielo por las noches no habrá oscuridad, sino la luz resplandeciente de billones de estrellas que se acercan. 
Sólo que nadie verá eso porque ya no quedarán personas en la Tierra para verlo. Para entonces seguramente ya se habrán extinguido. Y en el caso de que queden algunas no lo verán, porque la luz será tan brillante y ardiente que todas morirán abrasadas, aunque vivan en túneles.

El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon