3 de junio de 2015

Agazapada en los tejados

De repente, la plaza en silencio. La luna llena coronando la vista desde el balcón, engañosamente grande por la cercanía con los tejados. Incluso avanzada la madrugada, sorprende el silencio en una ciudad como Barcelona. Ahora, mientras escribo sentado en el mismo balcón, el zumbido de algún ventilador en la plaza, quién sabe para qué, avasalla la tranquilidad nocturna, y suenan coches lejanos o pasos perdidos cada dos por tres.

Pero antes, de repente, todo eso no era perceptible bajo el manto de un denso silencio nocturno a la luz de la luna llena. Respiré el aire fresco de la madrugada y me imaginé en el campo, junto a algún pueblo de la sierra de Huelva, entre encinas. La noche en la ciudad jamás se empapa de la paz del campo, del silencio absoluto; la ciudad es un ruidoso hormiguero. Pero en ese momento, durante apenas unos minutos simplemente permanecí en el balcón, ante la luna. Y aunque me sumergiera en las sensaciones de esas noches en el campo, ante mí se erigía la ciudad, con su luz anaranjada proyectando sombras rectas desde los balcones, con sus árboles cuidadosamente alineados, sus persianas cerradas y sus antenas de televisión en los tejados. Vivo en una plaza preciosa donde no conozco a nadie, y cada día me ofrece su alboroto y cada noche su silencio, casi siempre roto por voces o canciones. Pero esta noche, al menos en mi cabeza, la ciudad se mantuvo callada mientras te miraba, hasta que te escondiste entre los tejados y el graznido de unas gaviotas tempraneras me devolvió a la realidad. Y joder, qué tarde era en la realidad.

Cómo no ibas a ser Luna, y cómo no iba a contarte cuentos...


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