18 de marzo de 2013

El gato y la sombra

Qué lejos estaba en realidad aquel gato, a pesar de esa forma en la que me miraba. Y es que, en realidad, lo que yo veía en aquellos ojos grandes y dilatados no era más que mi propio vacío, mi anhelo extendiéndose en el insondable color negro de esas pupilas. Ahí estuvo unos minutos sobre mi regazo, buscando la palma de mi mano con su hocico, hasta que se fue sin más, como vino. No se puede encontrar al que no quiere ser encontrado.


No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.


A un gato, Borges


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