19 de agosto de 2015

Melancolía

Cada línea de aquel rostro quedó inevitablemente clavada en sus retinas, condenando a su imaginación a dibujar siempre bajo ese precepto inasible. Un trazo cuya presión traspasaba la hoja, quedando grabada en las demás de manera casi imperceptible. El tiempo, lejos de emborronar aquella forma perenne, la asentaba aún más en su memoria. Una imagen que le persigue incansable, dando por perdida toda posibilidad de dibujar más allá de aquel trazo, convertido ya en un boceto macabro. Luces tenues que aparecen con los párpados cerrados y se mueven levemente evadiendo la mirada. Ya apenas recuerda los sueños, más allá de vértigos y encuentros imposibles de los que apenas recoge retazos de sentido. Teseo perdió el hilo, e hizo del laberinto su hogar, consciente del horror que transitaba en sus corredores.

De madrugada, observaba aquella primera foto ligeramente desenfocada. Y aquella mirada azul ya no tenía nada que decir. Pero por más que se prometía no volver, acababa, como siempre, frente a ella. Un ella formado por píxeles vacíos y una ausencia fría. Un fantasma hecho de señales eléctricas, congelado en aquella imagen muerta, pero tantas veces agitada. Su historia no terminó; simplemente se rajó por la mitad.

La melancolía no sería tanto la reacción regresiva ante la pérdida del objeto de amor, sino la capacidad fantasmática de hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable.
Giorgio Agamben 

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